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La bicicleta como objeto de lujo

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Hace un tiempo os hablamos de los orígenes de Pinarello, de aquel jovenzuelo de los cincuenta que bebió de la leyenda de Learco Guerra, la primera personalidad del ciclismo itálico, para hacerse ciclista. En el 51, Giovanni, oriundo de Treviso, quedó último en el Giro y eso le reportó un dinerillo que invirtió en un taller de bicicletas del que colgó el nombre de Pinarello.

Hoy esa marca calza los éxitos de Chris Froome y el Team Sky y fue el partner de ciclistas como Pedro Delgado, Migul Indurian y Jan Ullrich, aunque su primer gran éxito en el ciclismo fue olímpico, en los Juegos de Los Angeles, en 1984, cuando Alexis Grewal se proclamó campeón de fondo en carretera.

Hoy poco queda de pequeño y humilde en Pinarello, una marca que se ha convertido en orfebre mundial de bicicletas con un “savoir faire” que le ha valido el reconocimiento “world wide”. Y el último paso en esa sofisticación lo encontramos en el interés por comprar Pinarello por parte de las siglas LVMH, o lo que es lo mismo el conglomerado que gestiona marcas como Louis Vuitton, Moet Chandon, Guerlain, Tag Heuer o Loewe, es decir un trasatlántico del lujo queriendo meter bicicletas a porfolio, algo que realmente abruma por lo que significa.

En este caso lo que ocurra con Pinarello, debe interesar a todo el gremio y colectivo de la bicicleta. Este interés en adquirir una marca del calado simbólico de Pinarello creo que viene a refrendar lo que comentamos hace una semana aquí mismo, sobre la bicicleta y el valor inconográfico que ha alcanzado. Parece que sobre la flaca de hierro y dos finas ruedas muchas veces gira el mundo y eso favorece, entre otras cosas, que siga creciendo por las ciudades, algo que, a la vista de lo horrible que es ir or algunos sitios a causa de los coches, nos obsesiona.

Que siglas versadas en el lujo se interesen por ella es situar la bicicleta en imaginarios que yo creo nunca aspiró a abordar. El solo estar ahí, como por ejemplo serle atractiva al capital árabe que invierte también en lujo y premios de fórmula uno, le supone un plus para saber que el recorrido que tiene es enorme y el margen nadie lo adivina.

A mi juicio, sinceramente, creo que quien va en bicicleta por una ciudad, sea por donde sea, se arroga la responsabilidad de que esa proyección sea redonda y la bicicleta entre en la sociedad con la normalidad que merece, para ir a todos los sitios, sin necesidad, y eso ya sería la utopía, de construir un kilómetro de carril bici más, porque sencillamente los conductores la asimilan como asimilan un semáforo, un peatón o un tablón publicitario. Sé que son pequeños pasos, pero todos suman, y todos van en la misma dirección, en la dirección adecuada.

Imagen tomada de FB de Pinarello

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