Mundo Bicicleta
El cicloturismo es cultura
La cultura que te da el cicloturismo no se aprende en la escuela
El cicloturismo es cultura porque de las muchas cosas que nos ha dado su apasionante práctica podríamos destacar, sin duda alguna, los conocimientos que hemos adquirido con el tiempo fuera de escuelas, colegios y universidades.
Lo hemos hecho pedaleando primero por nuestras tierras, conociéndolas a fondo y aprendiendo a amarlas: su geografía, su historia, su arte, sus creencias y costumbres, sus gentes…
Posteriormente elevamos nuestras miradas para abrir nuevos horizontes buscando otras regiones, otros países, otros pueblos, donde ampliar nuestra cultura interesándonos por esos deseados destinos, leyendo casi todo lo escrito sobre ellos.
El cicloturismo es cultura porque hablando con nuestros compañeros ciclistas, o con los que nos encontremos por el camino, nos informamos, nos orientamos y nos dejamos aconsejar por esos sitios que son dignos de visitar.
También parando a conversar con los lugareños: un campesino en sus tierras, un grupo de jubilados jugando a la petanca en un parque, trabajadores en su hora de descanso tomando una cerveza donde sea, en un bar o en un restaurante, empapándonos de sus experiencias vividas.
La verdad es que siempre nos han gustado estos encuentros porque todos estamos de acuerdo que el presentarnos con nuestras bicis en cualquier sitio produce una respetable cordialidad.
Desde la óptica de los habitantes de un pueblo, más o menos remoto, ver a un cicloturista genera confianza casi instantánea, prácticamente no se necesitan presentaciones y el contacto con sus vecinos y su cultura es de inmediato.
De este modo la bicicleta se presenta como un práctico e idóneo pasaporte social universal, un medio para descubrir otros sitios, siempre viviendo el momento, el aquí y ahora.
Este interés por la cultura de los pueblos se nos ha ido acentuando con el tiempo, claro está, y con la edad ha ido creciendo en nosotros la curiosidad por conocer otros lugares, más o menos cercanos, más o menos lejanos, otras gentes, con sus prácticas y rutinas.
El cicloturismo es cultura porque desde que empezamos a dar las primeras pedaladas sentimos esta atracción por ir siempre un poco más allá, a la búsqueda de información por las comarcas o provincias por las que íbamos a pasar con nuestras bicicletas.
Se empieza primero interesándonos por los paisajes, las montañas, los bosques… para continuar haciéndolo después por sus monumentos, por su historia o por sus tradiciones.
Sentir curiosidad por las cosas cotidianas es indispensable para conocer más a fondo otras poblaciones, escuchando las historias próximas y sencillas que de ellas nos cuenten.
Pueden ser desde cuentos, mitos, leyendas, creencias o crónicas reales que forman parte de esas historias evocadoras, que nos harán vivir pequeños momentos mágicos y que nos invitarán a pedalear y a dejarnos llevar para perdernos por los rincones de esas tierras.
Dejemos que nos cuenten.
Estos viajes en bici para conocer otras culturas los podemos hacer en solitario o acompañados, dependiendo de las ganas, el tiempo o la motivación de cada uno, pero el convivir con otros ciclistas en ruta hace que nuestra cultura se alimente de otra fuente, y ésta no es otra que el poder charlar con nuestros compañeros de fatigas, intercambiando ideas, opiniones, conocimientos… en una palabra: cultura.
Realmente, si nos paramos a pensar, es el único deporte en movimiento que nos permite hacer esto.
Es la grandeza de la bici y del cicloturismo: el conocimiento constante mientras nos desplazamos de pueblo en pueblo al ritmo que más nos convenga, sin preocupaciones, sin medias horarias, sin sufrir por nuestros latidos, por la cadencia de nuestro pedaleo o por los vatios que generen nuestras potentes piernas.
Puede que éste sea el secreto del verdadero cicloturismo: completar la distancia que nos hemos propuesto ese día, tomándonos nuestro tiempo, visitando los lugares por los que pasamos.
Quizás hoy en día se haya perdido el encanto de la palabra «descubrir» con tanta información de la que disponemos y que está a nuestro alcance en internet, y ayudados además por el GPS, la planificación de una excursión se convierte en algo sencillo, sin dejar nada al azar o a la sorpresa.
Pero hubo un tiempo, ya lejano, casi romántico, que el echar mano de un plano era imprescindible, sobre todo cuando nos aventurábamos a pedalear por terrenos desconocidos para nosotros.
El cicloturismo es cultura porque aún recordamos cómo siguiendo el Tour por televisión teníamos a mano un mapa de carreteras de Francia, que nos servía para situarnos en las carreteras por dónde pasaban los corredores ya fueran atravesando montañas, ríos, lugares históricos, pintorescos o de gran belleza natural.
Tampoco debemos olvidarnos que el cicloturismo es cultura gastronómica ¿verdad?
La hora del almuerzo, o de la comida o la merienda, es uno de los mejores y mayores disfrutes de toda ruta ciclista que se precie y somos muchos los que siempre hemos reivindicado que si existe el cicloturismo la ciclogastronomía también, sin duda.
Puede que un aliciente sea visitar aquel pueblecito, que además de tener un alto valor cultural por sus vestigios históricos posee un afamado restaurante, donde degustaremos los platos típicos de la región.
Esto también es cultura.
El cicloturismo es cultura, pero hacerlo de forma itinerante no es la única manera de viajar en bici para “culturizarnos”.
Conocer lugares y gentes diferentes también se puede hacer eligiendo un sitio como centro de operaciones, desplazándonos cada jornada en diferente dirección para llegar a la tarde al mismo lugar, con todo lo que esto supone de comodidad y confort por no tener que ir cambiando constantemente de alojamiento.
Es por ello que la bici se adapta particularmente bien a estos viajes en bucle o forma de estrella.
El cicloturismo es cultura porque mientras preparamos nuestro viaje o excursión podemos diseñar a nuestro gusto nuestro itinerario particular.
Puede ser siguiendo las huellas de un personaje histórico como la Ruta del Cid, de una novela épica como la Ruta del Quijote, o tras los pasos de peregrinos como el Camino de Santiago o la Ruta de la Plata, o buscando tierras de leyendas, misterio y brujas como la Ruta de los Akelarres.
La verdad es que seguimos siendo unos sentimentales, ya que a la hora de buscar información siempre hemos preferido consultar libros o mapas detallados de las zonas por las que queremos pasar.
Esto hace que las vivencias de nuestras salidas programadas empiecen mucho antes de dar nuestra primera pedalada: definiendo el recorrido, la distancia, los puertos que ascenderemos y sobre todo intentando empaparnos de la cultura, la geografía y la historia de los lugares por donde vamos a pasar, al ritmo que marque nuestro tranquilo y relajado pedaleo.
Así, mientras permanezcamos trabajando encerrados en la oficina, soñaremos con esas próximas aventuras y con emoción sabremos que en esos viajes enriqueceremos nuestra experiencia.
Con la edad hemos aprendido que el verdadero placer de todos estos años montando en bicicleta no ha sido sumar el número de kilómetros recorridos o puertos ascendidos, sino la intensidad de los momentos vividos, que permanecen en nuestra memoria.
El fruto de todas estas experiencias lo podremos recoger compartiendo con nuestro entorno más cercano todas las vivencias y conocimientos adquiridos, yendo por ejemplo a las escuelas para incentivar a los niños y niñas a practicar este hermoso deporte, o bien a algún centro cultural de interés o, por qué no, escribiendo un libro.
¿Y vosotros? ¿También pensáis que el cicloturismo es cultura?
Foto: Pau Catllà
Destacado
De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia
Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después
La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?
Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….
Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.
Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.
Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.
Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.
Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.
Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.
Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.
Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.
Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.
En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.
Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.
Por Unai Yus
Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain
INFO
Las gran fondo by Rose Bikes…
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
Imagen: Ciclismo Épico
-
Ciclismo7 días atrás
El Indurain más apabullante estuvo en el Dauphiné
-
Ciclismo24 horas atrás
Landa y Mas, menos mal que las cronos son cortas
-
Primoz Roglic1 semana atrás
¿Roglic al Tour? No sé yo
-
Ciclismo5 días atrás
Siete ciclistas que quieren entrar en el «big 6»
-
Primoz Roglic3 días atrás
Roglic podría hacer historia en la Vuelta a Suiza
-
Ciclismo1 semana atrás
La generosidad de la familia de Estela Domínguez
-
Ciclistas1 semana atrás
Giro: Lennard Kämna sacrifica instinto por un puesto en la general
-
Ciclistas2 días atrás
Christophe Laporte tiene para él y para el Jumbo