Mundo Bicicleta
Ciclocross en Flandes, al menos uno en la vida
Una liturgia completa envuelve cada vez que un ciclocross se corre en Flandes
Podríamos decir que el ciclocross en España tuvo su renacer hace unos veinte años, en los tiempos duros de David Seco, que controlaba con mano de hierro el calendario nacional y salía de vez en cuando a un ciclocross en Flandes.
De esa época, Flandes era una tierra lejana, las antípodas de una disciplina que en este lado de los Pirineos era totalmente amateur, carente del gentío que mueve en la actualidad y el calendario que da forma cada campaña.
Hoy España ocupa una curiosa tercera plaza en la clasificación de la UCI, sólo superada, amplísimamente por Bélgica y Países Bajos.
En este frenesí de carreras cada fin de semana, las distancias entre ambos «ciclocrosses» se han estrechado, aunque ir a una carrera de Flandes es otra cosa.
Es otra cosa y como las cosas especiales de esta vida, conviene ir a verlo, aunque sea una vez en la vida.
Nos encontramos en Hamme, pueblo natal de Greg Van Avermaet, de quien nos dicen que anda por las zonas de VIP del circuito.
Nosotros no le veremos, andando subiendo y bajando lomitas para comprobar este recorrido en medio de la nada, que rodea un precioso y disimulado lago en la entrada de Hamme, localidad que se ve en los carteles que va de la ruta de Gante a Amberes.
Es una mañana fresca, pero curiosamente no mucho, aunque la temperatura baja con el paso de los minutos y al mediodía esa quemazón que provoca un aire frío entrando por las fosas nasales.
La gente del pueblo y de los alrededores acude en paciente procesión hacia el lugar de los hechos.
Sobre una extensión más o menos asequible en un par de vistazos hay establecido un circo, una suerte de parque temático por y para una matinal del Trofeo DVV, uno de los tres o cuatro rankings de referencia.
El lugar es una especie de parque, sitio de recreo de los vecinos, y como ya sucediera en la visita del centro Sven Nys, una suerte de vallado marca de forma perenne parte del recorrido.
La recta de salida, que conduce hacia la posterior línea de meta se sitúa en una carretera en lo alto que permite ver una buena parte del circuito desde el mismo acto.
El jaleo es considerable, la temperatura sube con la salida de la carrera de féminas, aunque el runrún que recorre el itinerario deja entrever por donde están calentando y reconociendo el circuito los pros.
Las miradas inquietas, la gente nerviosa y pasa, sí, Mathieu Van der Poel acompañado de algún compañero.
Es la gran atracción, al tiempo que azote de los rivales.
La gente le señala, algunos han venido de los Países Bajos, ataviados con bufandas y banderas.
En otro grupo van Eli Iserbyt y Ton Aerts, el circo ya está en ebullición.
Venimos de ver Thibaut Nys, el hijo del mito, defenderse en el tramo de escaleras y en una rampa corta pero violenta que concluye en un giro de noventa grados hacia la zona de tablones que casi nadie se apea para superar.
Queremos ver la salida de las chicas, la liturgia.
Ahí en la parrilla de salida, Ceyling del Carmen Alvarado y Sanne Cant bromean, mientras el locutor llama una a una, que aparece tras la carpa del patrocinador.
Esto es ciclocross en Flandes, una sucesión de emociones, liturgias que completan una mañana memorable por cada sitio que pisa, y no es un calendario pequeño, un par de carreras en cada fin de semana más otras sueltas entre semana y fiestas de guardar desde octubre a febrero…
Gritos de admiración, aplausos, la gente se agolpa en la salida para ver la presentación de las chicas.
La Cold Season de Gobik on fire
Los auxiliares se aprestan en la salida para recoger la última prenda para mantenerse en calor antes que los discos del semáforo de salida pasen de rojo a verde y empiece la locura.
Son 46 chicas y la carrera resulta espectacular, hasta el final no se decide.
La igualdad que define el ciclocross femenino no se da en el masculino.
La salida de chicos se hace a cuchillo y ya casi desde la primera recta Mathieu Van der Poel toma el mando.
El circuito a esta hora es otra cosa, hay gente tras el marcado, su grito se escucha nítido y seguro desde el otro lado, la intimidad del ciclista es nula rodando a mil por hora, trazando y «contratrazando», sprintando en cada salida de curva, adaptándose al terreno, a los saltos.
Oyen todas y cada una de las cosas que les dicen.
Corren en una especie de bóveda sonora de mil voces y millones de ruidos, se anima a todos, desde el primero a trigésimo segundo, nadie se escapa de ser espoleado, de saborear el mito de un ciclocross en Flandes.
Pero la mañana ha avanzando tanto que es medio día, y hay otros frentes de atención.
En lo alto de algunas laderas se disponen varios trucks para comer y beber.
Pasas por la caseta central, adquieres tus tickets y saboreas un insípido hot dog con una cerveza mientras la carrera sigue su curso allá abajo.
El ambiente aquí es de lo más variopinto, personas que han venido a ver la carrera, con otras que hacen de un ciclocross en Flandes el rito para llenar un domingo por la mañana cualquiera.
Por que aquí no sólo concluye lo deportivo, también está lo social, y como en al pelousse de Gante durante sus seis días, el ciclismo no es una cosa más en Flandes, es algo relacional, parte del día a día, no creo que haya nadie que no tenga alguien vinculado con este deporte en su círculo más o menos próximo.
Y todo ello dibuja un paisaje que sí, al menos una vez en la vida, es bonito disfrutar.