Ciclismo antiguo
Ciclismo colombiano: el camino hasta Egan Bernal ha sido largo
En el camino al éxito del ciclismo colombiano contribuyeron muchos nombres
Cualquier amante del ciclismo no puede pasar por alto lo que ha sido, es y amenaza ser el ciclismo colombiano.
Ésta es la historia de un éxito, un cuento de final feliz y la demostración de que al final lo que estaba por llegar, acaba llegando.
Porque la victoria de Egan Bernal es presente, pero sobretodo futuro y sin embargo nadie olvida las raíces de este ciclismo colombiano que llegó hace un tiempo, como nota exótica, para instalarse en plazas nobles.
Quien evite hablar de Fabio Parra, Lucho Herrera, Martín Farfán, Patrocinio Jiménez, Pacho Rodríguez, Oscar de Jesús Vargas y tantos otros que cogieron los primeros rescoldos de un ciclismo que hervía en talento y ganas de comerse el mundo no le hace un retrato completo al éxito de Egan Bernal.
2019: ¿Por qué el ciclismo colombiano puede seguir creciendo?
Porque Egan Bernal no conoció a los escarabajos, nació en el 97, como otros tantos, como Hodeg, Gaviria, Molano y Sosa, perlas de ese camino que tenemos la sensación de que no encuentra sombra y sin embargo lleva mucho tiempo haciéndose.
Como nos dijo un día, nuestro compañero Milo, desde la misma Colombia, Fabio Parra fue posiblemente la primera gran personalidad colombiana en el Tour de Francia.
No tuvo el lustre, ni los titulares del jardinerito, pero ganó plazas de éxito, aquel Tour tercero con Perico en lo más alto, un Tour que para muchos, allá del océano, debería ser de Parra.
Fabio Parra fue el gran rival de Perico, el hombre que casi reedita la Vuelta de Lucho Herrera, sólo dos años después, con aquel episodio de la Sierra de Madrid e Ivanov, el ruso que tuvo un precio.
Fabio Parra convivió, quizá algo en la sombra, con el vuelo del escalador que descubrió el papel de los escarabajos en suelo europeo, Lucho Herrera, un puñal, una daga en el corazón de ese viejo ciclismo que conquistaron la cima alpina de Lans-en-Vercors, Tour de 1985.
Herrera ganó la primera grande colombiana de siempre, aquella Vuelta del 87, pero fue Parra quien, sin saberlo, marcó el arquetípico ciclista colombiano que marcaría la senda del éxito.
Con ese estilo alargado sobre la bicicleta ligeramente chepudo, algo parecido al bueno de Egan, Fabio Parra se desenvolvió muy bien en las cronos para lo que eran los estandartes del ciclismo colombiano en aquella época.
Corredores menudos, ratoneros, indomables, como Martín Farfán, compañero de Parra en el Kelme, una auténtica guindilla sobre la bicicleta.
Ambos bebían del éxito de Alfonso Flores en el Tour del Provenir.
Eso fue en 1980.
Una victoria que supuso un antes y un después.
Tres años más tarde, el ciclismo colombiano corría uno de los mejores Tours de la historia, aquel de Fignon, el primero.
Luego el asalto de la Vuelta y el Giro, por medio, la victoria de Martín Ramírez, en los morros de Hinault, en el Dauphiné de 1984, año que vio la victoria de Lucho Herrera en la Cima del ciclismo, Alpe d´ Huez.
Aquel ciclismo, el ciclismo colombiano, se hacía hueco a golpe de riñón, calidad y ataques memorables.
Una explosión patrocinada por Café de Colombia, y su icónico mecenazgo de la montaña del Tour, por Postobón, lamentablemente fuera del ciclismo en estas fechas, y Pony Malta.
Una explosión que tuvo España como hub para entrar en Europa: Kelme, Zor, Teka y Reynolds confiaban en aquellos peleones colombianos.
En los noventa el ciclismo colombiano estabilizó el éxito y cinceló nuevos campeones que bebían de todas las fuentes.
Escaladores dotados de talento y clase a espuertas como Oliverio Rincón y ciclistas más completos tipo Hernán Buenahora y Álvaro Mejía, muy cerca de pisar un podio del Tour si no fuera por aquel polaco que hacía «la goma» como nadie, Zenon Jaskula.
De aquellos mimbres surgió un contrarrelojista de talla mundial, y así textualmente, Santiago Botero, el hombre de los desarrollos imposibles, y un buen velocista como Leonado Duque.
Pero el abanico se abrió.
Tras unos años de comparsa, el ciclismo colombiano volvió a florecer, de forma además irremisible, irremediable, casi abrumadora.
Porque ahora mismo el ciclismo colombiano pone un peón en cada partida y rara vez no saca algo en claro.
Año 2010, Nairo Quintana gana el Tour del Porvenir, es un aviso, un punto de inflexión: tres años después el pequeño y tostado escalador es segundo tras Chris Froome en el Tour de Francia, al año siguiente gana el Giro de Italia, con Rigoberto Urán, segundo.
El Cruz Race Dark es un portabicicletas de techo con diseño funcional
El ciclismo colombiano se hace usual en las grandes carreras y el extremo de su poder lo marca Fernando Gaviria, ganando etapas por donde pasa, incluido el Tour y Giro.
Un colombiano rápido y pistard, también existe.
Como Alvaro Hodeg, quien ganara enteros en su equipo.
Es la punta del iceberg, la prueba de que la especie mejora.
Una especie que tiene su origen, Milo también nos lo contó, Efraín Forero, el «Zipa» le llamaron, y su época son los años cincuenta.
Con él empezó la Vuelta a Colombia y posiblemente la parte más visible del romance colombiano con la bicicleta.
Él estuvo antes que el celebrado Cochise, el compañero de Gimondi.
Por cierto ¿sabéis de dónde era el Zipa?, de Zipaquirá, el mismo pueblo de Egan Bernal.
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1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
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Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
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El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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