Ciclismo antiguo
La “Maglia Azzurra del Giro” es una historia de amor a la montaña
La Maglia Azzurra es la más joven de las cuatro del Giro de Italia
Azul como el cielo que espera en la cima, allí donde el oxígeno escasea.
Azul como el torrente que baja nítido hasta el mar
Azul, pero no oscuro, como el agua del deshielo
Es la maglia Azzurra del mejor escalador del Giro de Italia
Azul, muy azul, así es la maglia que distingue el mejor escalador del Giro de Italia, el rey de la montaña.
Es la maglia azzurra, hoy carisma de la corsa rosa, aunque no la más longeva del Giro de Italia, porque la tradición había puesto otro color en órbita, un color muy de la montaña, el verde, e incluso antes, no había maglia, aunque todo el mundo sabía quien era el mejor escalador de la carrera, porque en la montaña el ciclismo siempre encontró su mejor teatro, sin color, pero dejando en letras de oro el mejor en la suma de toda la montaña.
La historia que empezó Binda y engrandeció Bartali
En 1933, en una Italia atenazada por el auge del fascismo, el mejor escalador del Giro ya era un personaje, parte del paisaje de la carrera. El primer ganador fue la leyenda del primer ciclismo itálico, Alfredo Binda, el digno heredero de Guerra, Girardengo y los antiguos italianos, esos que cincelaron la leyenda que aún hoy pervive inherente en el Giro de Italia.
Binda era un tipo que no dejaba indiferente, su dominio de la escena a veces intimidaba tanto que la organización le pagaba para que no entrara en liza pues el desánimo cundía entre los rivales.
Pero si Binda abrió el capítulo, las páginas más doradas habrían de acontecer a no mucho tardar. Gino Bartali entró en el palmarés de la montaña a la tercera edición. El querido Gino ganaría siete ediciones del Gran Premio de la Montaña del Giro de Italia, un legado que nadie ha osado discutir, quizá emular, aunque de lejos.
Gino Bartali asentó parte de su poder sobre la marca posiblemente con más solera de la fecunda industria “bicicletera” italiana. Legagno fue la máquina de Gino, sobre la que se ganaron siete veces la montaña del Giro, como guinda a un palmarés que incluye 16 generales finales del mentado Giro, dos Tours y cinco mundiales.
La historia de la maglia nos lleva a 1956, cuando hubo una decisión salomónica que puso de relieve dos figuras hegemónicas en la historia de los grandes escaladores de siempre. En esa edición se pusieron en puja dos trofeos, uno para los Dolomitas, otro para los Apeninos.
El primero fue para Charly Gaul, el otro para Federico Martin Bahamontes. Uno y otro figuran entre los mejores de siempre en el arte de escalada.
La maglia verde de José Manuel Fuente
Visceral, espontáneo, una fuerza bruta de la naturaleza, José Manuel Fuente, estandarte del mítico Kas, ha sido el corredor que más se ha aproximado a Gino Bartali en el histórico de la montaña del Giro de Italia.
Fue cuatro veces rey de las montañas de la corsa rosa, la cuarta de ellas estrenó la maglia verde. Fue en el año 1974, colofón de un dominio de cuatro años que siguió siendo hispano por unos cuantos más, pues al astur le habrían de suceder Andrés Oliva, dos veces, y Faustino Fernández, una más.
El ciclismo español de hecho ha sido perenne en la lista de grandes “grimpeurs” de la carrera. Antes que Fuente, habían sido reyes con corona Alberto González y Angelino Soler, el prodigio levantino. Luego vendrían José Luis Navarro, Pedro Muñoz e Iñaki Gastón, el icónico ciclista vizcaíno que rompía sprints y ganaba en las cuestas salvajes de ese Giro que Franco Chioccioli, “Coppino”, ganó para desgracia de Marino Lejarreta.
De Marco Pantani a Chris Froome
En la línea de reyes de la montaña del Giro de Italia, aquel ciclista llamado “el diablo”, un corredor inquieto, perenne y querido, Claudio Chiapucchi fue otro de los que hicieron del verde su segundo color, ganando el premio tres veces.
Con él creció Marco Pantani, el hacedor de milagros en la montaña del Giro, ganador de la edición de 1998, cuando aunó el rosa a la montaña, como no muchos habían hecho anteriormente: Andrew Hamspten, el fino y elegantísimo americano que escaló el Gavia con gafas de esquiador, Eddy Merckx, Charly Gaul, dos veces el ángel luxemburgués, Hugo Koblet, Fausto Coppi y los mentados Bartali y Binda, que hicieron de los primeros años su huerto particular.
La dificultad de aunar montaña y general final se explica en los veinte años que pasaron desde Marco Pantani a Chris Froome, ganador el año pasado de la maglia azzurra de mejor escalador de la montaña. El raid que el inglés hizo en su memorable etapa por Finestre hasta Bardonecchia le sirvió para llevarse a UK su maglia azurra, bien doblada junto a la rosa en la maleta de vuelta.
Una maglia joven
La “maglia azzurra” viste al mejor escalador del Giro desde 2012, aquella edición que Purito perdió en el epílogo de Milán frente a Hesjedal. Aquella edición vivió la entrada de Banca Mediolanum como sponsor de una de las clasificaciones más singulares y apreciadas de una gran vuelta.
Concurso #MagliaAzzurra: viste como el mejor escalador del Giro
Porque la montaña, el paisaje, la dureza son parte intrínseca del Giro y cualquier gran vuelta y por eso, porque simboliza pureza, agua, la conquista de la cima, Mediolanum quiso patrocinarla y también porque tras la cima, la vida sigue, “el mañana también existe”.
En 2019, en el centenario del nacimiento de Fausto Coppi, el esfuerzo lo merece: “El ciclismo es una metáfora de lo que es Italia” asegura Ennio Doris que cumple así con el sueño de estar en la carrera que llenó grandes ratos de su niñez.
El primer ciclista en ganar la renovada maglia de “miglior scalatore” la ganó Matteo Rabottini.
Le siguieron nombres como Julián Arredondo, Giovanni Visconti y los españoles Mikel Nieve y Mikel Landa, dos talentos surgidos de la mejor escuela de la Fundacion Euskadi, que no sólo vistieron la “maglia azzurra” en Milán, si no que ganaron sendas etapas para cerrar el círculo de la excelencia que Mediolanum premia cada Giro de Italia.
Ciclismo
Qué tarde la de Aprica, qué día el de Pantani e Indurain
30 años después aquella carretera hacia Aprica sigue soñando con el gran duelo entre Pantani e Indurain
Simpre leo y escucho mucho sobre Pantani, ese ciclista que, como ya hemos dicho muchas, nos hizo sentir cosas que pocos lograron transmitir. Sensaciones que comenzaron en un «kilómetro cero»: aquella etapa con Indurain en Aprica.
No es de extrañar que siga siendo un mito.
Lo que sucede con Pantani es casi esotérico, algo que escapa a la razón, una locura difícil de explicar. Conocemos su trágico final, y sabemos que el nudo de su vida estuvo marcado por el dopaje. Pero se le perdona. Se mira hacia otro lado, porque su magia todo lo puede. Créeme, lo he escuchado de viva voz de personas de su entorno, romañolos que no solo lo admiran, sino que lo idolatran.
Tan es así que la segunda etapa de este Tour de Francia, la que va de Cesenatico a Bolonia, será la «Etapa Marco Pantani». Y todos lo entienden, lo justifican… lo aplauden.
Es que fue tan fuerte lo que nos hizo sentir aquel día, aquel Pantani junto a Indurain camino de Aprica, que esa emoción flota por encima de todo lo demás.
Permitidme recordar aquel día: Todo sucedió un 5 de junio. El Giro de 1994 avanzaba por la bota de Italia, con el orden establecido tambaleándose.
Un rubio, un ruso llamado Evgeni Berzin, dominaba la carrera desde los primeros capítulos. Golpe en Campitello Matese, golpe en la crono llana de Follonica. Indurain, Miguel Indurain, batido en una prueba en solitario. Alarma.
Todo podía volver a su sitio en una etapa que atravesaba el corazón de los Dolomitas.
Veníamos de Merano, donde el día anterior un joven pero calvo ciclista, Marco Pantani, había ganado en solitario. El destino: Aprica. En el camino, tres colosos de altura decreciente.
Primero el Stelvio, entre pareces heladas e incipiente bruma sin más novedad que el desgaste invisible de los héores.
Luego en el Mortirolo, palabras mayores, estallaría todo.
Desde la base arrancaba Marco Pantani, el chico calvo del día anterior, el jovenzuelo que amenazaba con eclipsar a Claudio Chiapucci.
Con Pantani se fueron Armand De Las Cuevas, el boxeador frustrado, y Berzin, saltarín, rubio, maglia rosa.
Indurain, quieto atrás.
Pasan penosamente los metros, y el ritmo de Pantani es un rodillo.
Caía De las Cuevas, Indurain le superaba por detrás.
Cae Berzin, el yunke navarro le cazaría, lo maduraría y lo dejaría antes de la cima.
En el descenso Indurain va camino de encarrilar su tercer Giro. Alcanzó a Pantani, formando un frente común, con Nelson «Cacaíto» Rodríguez como testigo de aquella hazaña. Quedaba la tercera subida: la más sencilla, un trámite llamado Valico di Santa Cristina, antes de llegar a Aprica.
Pero el trámite se atragantó. Pantani atacó, e Indurain se derrumbó. Exhausto, seco, maltrecho. La ventaja que lo ponía en disposición de ganar el Giro desapareció.
Qué día aquel.
Imagen: Planeta Ciclismo
Ciclismo antiguo
Entre Heras y el Chava…
La de Heras y Chava fue la última gran rivalidad del ciclismo español
Hace 25 años, que si lo pensáis bien, no es tanto tiempo, el ciclismo español cambiaba de siglo con una noticia trágica: la muerte de Pedro González, el narrador de ciclismo anterior a Carlos de Andrés, quien por aquella época comentaba desde la moto mientras seguía a los ciclistas.
En lo deportivo, crecía una rivalidad que, en cierto modo, recordaba un poco a la de Bahamontes y Loroño, solo que ahora entre el Chava Jiménez y Roberto Heras.
El primero era más como el toledano, como Anquetil, salvando las distancias: más genio, de días inspirados, carismático y querido, ídolo de masas.
De hecho, sigo creyendo, a pesar de muchas respuestas en sentido contrario, que el Chava fue el último gran ídolo del ciclismo español, antes de la generación que habría de venir, con grandes éxitos, pero coexistiendo con los momentos más bajos del ciclismo debido a la mala prensa que generó la lacra del dopaje.
En el lado contrario al Chava, teníamos a Roberto Heras, un poco más Loroño, o Poulidor, si se quiere.
Castellano, más parco en la relación, querido también, pero más frío. El de Béjar fue, como ciclista y por palmarés, mejor que el abulense, pero, sin embargo, mucho menos recordado.
Un servidor, en aquellos días, estuvo enamorado de Roberto Heras, del primero, cuando corría para Kelme, justo antes de dejar sentado a Lance Armstrong en el Joux Plane y de que este reclamara su fichaje para el US Postal.
Entre Heras y el Chava, siempre fui del primero: más sólido, gran escalador, fondista y con un palmarés del que pocas veces he hablado porque, sinceramente, con todo lo que sucedió con la que es su cuarta Vuelta, quedé bastante hastiado.
Pero volviendo a la rivalidad, fue posiblemente la última gran rivalidad que hemos tenido en el ciclismo español, pues a Valverde y Contador, por ejemplo, aunque se han batido en mil terrenos, siempre los he visto como ciclistas muy diferentes. Incluso diría que, a veces, veo más choque —deportivo, digo— entre Juan Ayuso y Carlos Rodríguez.
Hace 25 años, el ciclismo español vivía de ese antagonismo que duró poco más, porque el Chava no podría seguir por mucho más tiempo.
Hoy, a Roberto Heras no se le ve mucho, pero tiene aureola de campeón y, cuando te cruzas con él por la montaña, se percibe toda la calidad que era capaz de desplegar en la carretera.
Imagen: Dorsal 51
Ciclismo
Superbagneres, la etapa más bonita del Tour 2025
Si hay una etapa del Tour 2025 que despierta recuerdos, es la llegada a Superbagneres.
Esta etapa, en pleno corazón de los Pirineos, tiene un encanto especial y se siente 110% Tour. Es una jornada que encaja con todo y con todos.
En un contexto de ciclismo que premia la montaña, resulta atractiva por ser otra llegada en alto más. Sin embargo, dejando de lado los números y estadísticas, no sé exactamente cuál es el desnivel positivo de la etapa ni me importa; lo que sé es que ya está bien marcada en mi agenda.
Superbagneres representa el repositorio clásico de los Pirineos, un encadenado que probablemente sea el más utilizado en la historia del ciclismo: Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Sólo faltaría añadir el Aubisque para rizar el rizo.
En el ciclismo de los años 80 y 90, esta combinación era una fórmula ganadora, terminando en lugares icónicos como Luz Ardiden, Hautacam, Saint-Lary-Soulan o Val Louron.
Pero hoy volvemos a Superbagneres, una cima muy olvidada que, en las dos ocasiones previas en que estuvo presente antes del Tour 2025, siempre ofreció espectáculo.
Estos días, recordando la figura de Bernard Hinault, podemos decir que aquí, en Superbagneres, todo cambió.
Fue en el Tour de 1986: Hinault, vestido de amarillo y con una cómoda ventaja, quiso ir a por más en la segunda etapa pirenaica. La primera, con final en Pau, había sido para Perico Delgado, en plena batalla interna del equipo La Vie Claire.
Ese carácter suicida que caracterizaba a Hinault le pasó factura en Superbagneres. Su desfallecimiento marcó el inicio de 40 años de Tour sin victoria para un francés. Greg Lemond ya tenía tomada la medida.
Superbagneres volvió tres años después, en 1989, con una de las mejores actuaciones que recuerdo de Perico Delgado, luchando por recortar el calamitoso tiempo perdido al inicio del Tour en Luxemburgo.
Es curioso lo poco que se ha usado este puerto en el ciclismo profesional, pese a estar tan cerca de los grandes colosos pirenaicos. La última vez que lo recuerdo en competición fue en la Volta a Catalunya de 1996, en una jornada descafeinada por el dominio absoluto del equipo ONCE, con victoria del australiano Patrick Jonker sobre Alex Zülle.
En poco más de medio año, nuestros ojos volverán a posar su mirada sobre una de las cimas más singulares del ciclismo. Pese a su escasa aparición, siempre deja huella, como el Granon o Cauterets: lugares icónicos de los años 80 que han sido rescatados para el presente.
Imagen: A.S.O.
Ciclismo antiguo
1 maillot y 1 ciclista: Gianni Bugno como campeón de Italia
La elegancia del primer maillot italiano de Gianni Bugno es atemporal
Aquella figura, derrotada con el paso de los días, pero eterna en la imagen de Gianni Bugno vestido con la tricolor italiana, es una de esas cosas que, pase el tiempo que pase, no se olvidan.
Es más, años después Gianni Bugno volvió a ser campeón de Italia, pero aquella prenda, ya encuadrado en el MG, no lucía igual.
Recordaréis la imagen si tenéis cierta edad, si el contador de años empieza, como mínimo, con un 4.
En Alpe d’Huez, tirando de Indurain, esquivando la labor impecable de Jean-François Bernard, agarrado de la parte plana del manillar, sin gesto de dolor, encajado en la máquina, sin casco, con gafas de sol y ese maillot de mangas cortas.
Gianni Bugno hizo, ese año, de la prenda tricolor una pieza de colección, pues no la vistió mucho, además.
Ganó el campeonato nacional italiano en Friuli, escapado por delante de Chioccioli, recién ganador del Giro, y Chiapucci, a finales de junio.
Luego corrió el Tour de Francia, que acabó segundo, y la Vuelta a Burgos antes de ganar en solitario la Clásica de San Sebastián, además de triunfar en Urkiola y el Campeonato de Zúrich.
Ya en septiembre, Gianni Bugno sería campeón del mundo en Stuttgart y nunca más vestiría aquella tricolor.
Fue, por tanto, un maillot que duró un poco más de dos meses, pero que dejó huella.
Pudo haberlo alternado con el amarillo del Tour, pero Indurain le ganó la partida desde el momento en que bajó el Tourmalet y Bugno no tomó la rueda de Chiapucci.
La forma en que lo lució en la Klasikoa podéis imaginarla, mientras que, en Burgos, lo subió al podio, solo superado por Pedro Delgado.
Si para muchos Bugno fue el ciclista más elegante de su generación, con un magnetismo del que se escribieron libros, aquel maillot fue el que mejor representó esa elegancia.
Imagen: Pinterest
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